09 febrero, 2009

Historia entre sus dedos I

Carolina era una oficinista de aquellas que lucen maravillosas a pesar del uniforme. Tenía el don de la simpatía telefónica. Mostraba la amplísima capacidad de domar bestias histriónicas de viernes por la tarde, ese horario casi exclusivo para facturas y cheques. Era capísima en el arte de preparar el café expresso perfecto para el directorio de lunes 8:30 am. Fumaba religiosamente a las 10 AM y 5:30 PM, dos cigarros por vez. Tenía dos ojos inmensos y maravillosamente negros, cabellos teñidos de color borgoña y labios grandes. Tenía 30 años y se había pasado casi 9 de ellos mostrando sus dotes en más de 7 empresas en su natal Lima.

- Carolina, hoy es jueves y son las 6 y media ¿no deberías? – con aire irónico e impositivo apareció Eduardo, su jefe.

- Sí, señor, no se preocupe que no me olvido, paso estos documentos y voy…gracias-

una casi sonrojada Carolina.

- No tienes nada que agradecer, además creo que eso te está ayudando ¿no?

- Sí, claro que sí –Afirmó Carolina con una sonrisa de medio labio y mala gana.

Ya completamente ruborizada recordaba el momento en el que Eduardo la encontró masturbándose en su baño. Jamás podría borrar de su mente la penosa imagen de ella misma sentada sobre el tanque del water de su jefe, sus dos rodillas tratando de armar un ángulo de 180º y sus oficinistas manos encargándose de asuntos que poco tenían que ver con cartas o facturas. Sus poros expulsando los inicios del sudor propio de un orgasmo, y sus dos ojos maravillosamente negros, chispeantes de placer interrumpidos por la confusa mirada de Eduardo. Confusa y vergonzante mirada de su jefe.

- Eduardo…señor, cuánto siento esto…es que, disculpe…estoy muerta de la vergüenza, no sé qué decirle es que…-el frío de las mayólicas azules se tornó más envolvente que nunca y Carolina se colocaba la ropa interior como correspondía.

- No te preocupes Carolina, ven vamos a conversar, tranquila no pasó nada…


Carolina temblaba. Quizás era por el reciente patadón de adrenalina que le produjo ese auto-encuentro sexual. Quizás era solo la vergüenza incontrolable. Quizás era una mezcla patética de ambas, pero Carolina temblaba y Eduardo la abrazaba de costadito para evitar que su carisma desapareciera ese viernes de facturas y cheques. De costadito para evitar cualquier insinuación. De costadito para serle fraternal. De costadito porque él también tenía mucha vergüenza y no sabía qué decir.


- Mira Carolina, esto que ha pasado es algo totalmente normal, ¿no? Es decir, quién no ha pasado por este tipo de cosas, ¿no? jiji…osea… pero ¿sabes qué creo Caro?, sería bueno que quizás visites a Amalita, ¿qué te parece?, es decir quizás eso sería bueno…

Amalita era la psicóloga de la empresa y se encargaba de desarrollar el proceso de selección y evaluación de postulantes. Es decir, Amalita nada tenía que hacer con alguna terapia para ayudar a mujeres que de pronto, se masturban en la oficina de su jefe y eso para Carolina era bastante claro.

- Pero ¿tengo que contarle lo que pasó? ¡No quiero, señor por favor perdóneme!, le juro que no vuelve a pasar jamás, estoy muerta de la vergüenza – Carolina empezaba a sollozar mientras recordaba las otras varias veces que se había toqueteado en otras oficinas, de otros jefes, de otros gerentes, de otros coordinadores. La invadía una mezcla extraña: alivio y remordimiento de no haber sido descubierta anteriormente por Eduardo en ese mismo baño, en la misma posición y con las mismas ganas, pero definitivamente no quería que alguien más en la empresa se enterase de ese pequeño “problemita”.

- Carolina, no sabes lo bien que te va a hacer. Tú no sabes cuántas personas van al psicólogo y está perfecto. Cuántas personas de la empresa van porque tienen problemas, algunos hasta trastornos… cuánto neurótico que hay ¿no? jajaja…Caro, es normal, lo que pasó es normal Caro, en serio, pero debo recomendarlo POR TU BIEN Y POR EL BIEN DE LA EMPRESA – sentenció Eduardo como advirtiendo con ese “por tu bien” un despido inminente por mañosa y pajera.

Lo cierto es que Carolina conocía los tonitos de su jefe y sabía que ésta iba en serio y

a sus 34 años ella no se había casado pero tenía 4 personas que mantener: su mamá, 2 hijas que tuvo con un ex novio y un hermano mayor con autismo. Apareció en su mente la imagen de esa familia, que por supuesto adoraba, y no le quedó más opción que considerar hablarle a Amalita sobre esta penosa historia entre sus dedos”.

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